Friday, February 18, 2005

Cafetería.

La inclemencia del tiempo se hacía sentir en el Sur, era una tarde de Julio, sábado. Emprendió camino a la cafetería del centro, quería beber su café de costumbre. La lluvia caía por los grandes ventanales y se detuvo nostálgico en una gota.

- ¿ Lo de siempre ? - Preguntó la señora adivinando su gusto.
- Sí, por favor - Dijo él - Su voz era profunda y su timbre quedaba resonando en los oídos de la dependienta.

Le gustaba atenderlo sólo para escucharle decir esas tres palabras. Bebió sorbo a sorbo con devoción, esa mezcla de express y espuma de leche le producía gran placer. Continuó mirando la gota del ventanal y, en sus recuerdos, encontró un rostro lejano. Ese rostro permaneció almacenado en su memoria como una historia posible. Los años habían delineado sus facciones, una década se nota. Pensó en cómo se vería en los ojos de ella, sintió algo de pudor. En el ventanal se reflejaba su incipiente calvicie y su barba que a ella le gustaba tanto acariciar, pensó en por qué aún la mantenía.

Una mezcla de sueño y vigilia se apoderó de él. Ella estaba entrando a la misma cafetería.

- ¡ Hola !, ¿ Qué tal ? - Dijo simplemente.
- Tú nunca terminas de sorprenderme- Respondió él levantándose para saludarla.

Gloria sabía las rutinas de Hernán, confió en que, a pesar de los años, las mantuviera. Nunca supo más datos de él que el teléfono de su oficina y sus ritos. La última vez que lo vio no estaba incluida en sus planes. No supo cómo empezó a tutearlo, algo familiar había entre ellos que la amistad surgió sin incomodo. En poco tiempo se pusieron al día. Una ternura infinita surgió en ese encuentro.

- Con el tiempo he llegado a comprenderte - reflexionó ella en voz alta.

Cómo le gustaba a él mirar el parpadeo de sus ojos cuando hablaba de esa manera.

- La vida es una cadena de encuentros y despedidas- acotó él.

En la memoria los recuerdos permanecen fijos, sin alteraciones de ninguna especie, le dio gusto ver asomarse entre su pelo algunas canas. Él no quería que se fuera otra vez, pero el destino había tejido sus redes y nuevamente ella no estaba incluida. Ella había aprendido a intuirlo, a conocer sus silencios prolongados y sus pausas al hablar.

- ¿ Qué se sirve la dama ? - Preguntó la dependienta atenta y curiosa a la vez.

- Lo mismo que él - Respondió Gloria.

El tiempo pasó rápidamente y se oscureció la tarde invernal. Había dejado de llover y el viento cesó de mover los abedules de la plaza de enfrente. Conversaron largamente como viejos amigos.

Él quería abrazarla, pedirle que se quedara, que ya no fuera más recuerdo. Ella esperaba que se lo pidiera. Tomó su mano con dulzura y quiso explicarle. Ella sólo recibió sus caricias.

- Tengo que irme - dijo sin dar más para hablar.

Él se puso de pie, la abrazó largo rato con ternura y pasión, después de todo, a su manera, la seguía queriendo y supo que ella también.

Se apartaron con suavidad ante la mirada extraña de la dependienta y de los pocos parroquianos que frecuentaban el local.

Se rozaron sus labios y un guiño brotó espontáneo.

- Vuelve cuando quiera- susurró Hernán - Ya sabes donde encontrarme.


Verónica Cerda Preller.
Marzo de 1997.

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