Friday, February 18, 2005

Angélica*

(*Para Pilar Valdés Sagristá )

Era sin duda alguna una bella mujer. Su belleza nacía de la intensidad con que vivía la vida, una suerte de designio especial que Dios había depositado en ella. La plenitud le sobrevivía a pesar de sus grandes penas, de su orfandad y sus maternidades.

Provenía de una familia sureña numerosa, tuvo una infancia llena de carencias, la temprana viudez de su madre hizo que la madurez le llegara rápida. Era la penúltima de la prole, desde pequeña aprendió las labores hogareñas y acompañaba a su esforzada madre. A pesar de las dificultades, logró asistir a la escuelita del pueblo y terminar su enseñanza primaria.

Tal era el talento de la pequeña Angélica que obtuvo una beca en la Escuela Experimental de Artes en la capital, sus dibujos de paisajes y retratos locales la hicieron merecedora de cuatro años de estudio y hospedaje, los estudios de Artes eran paralelos a los Secundarios. La noticia causó alegría y tristeza a la familia; sin embargo, consideraron que ella debía seguir su propio camino y tomar sus opciones con la madurez temprana de su adolescencia.

La ciudad la recibió una tibia tarde de domingo en la Estación Central, apenas podía ubicarse entre la enormidad de calles, llevaba la dirección del hospedaje que le habían asignado, un temor la hizo presa de la nostalgia del pueblo sureño, pero sabía que debía llegar a una meta ya trazada por el destino.

Los estudios eran intensos y tenía un régimen de internado, gustaba de todas y cada una de las asignaturas que allí se impartían, no le costó acostumbrarse al ritmo y los años pasaron mansamente.

Viajaba al sur en cada período de vacaciones y llevaba a su familia sus pequeños trofeos ganados en concursos de la Academia. El orgullo de su madre era máximo y adornaba las paredes del recibidor en cada viaje.

El desarrollo de los sesenta fue trasladando a cada integrante de la familia a la ciudad capital, aumentaba la tasa de natalidad y los sobrinos le vinieron en gran cantidad. Los hermanos formaban sus familias y, una vez egresada se fue a vivir con Elena, su hermana mayor.

De poco sirvieron los estudios de arte cuando hubo de presentar su currículum para postular a un trabajo, aún así siguió preparando sus telas y estampando mágicamente el óleo en ella con el don divino de la creatividad.

Logró su primer trabajo como vendedora de una tienda del sector poniente, su sueldo alcanzaba para colaborar con Elena y otras pocas cosas.El amor la sorprendió en una Galería de Arte donde se exponían telas de artistas nacionales.

- El arte es curioso, le brinda una sensación de imágenes reales mezcladas con los sueños – dijo un hombre mientras ella observaba absorta la tela.
- El arte es una sublimación de los sueños –acotó ella.

Pablo había concluido sus estudios de Auditoría y comenzaba a disfrutar de la vida independiente, gustaba del arte como de la gastronomía, eran alimentos para la condición humana de cuerpo y alma. Vivía solo, su familia desmembrada con una infancia solitaria, criado por una buena mujer de Loncoche; repartidos de norte a sur en el país, le daban escasas raíces a las que atenerse.

Se enamoró de Angélica en forma instantánea, su desenfado, su estilo, su señorío cautivaron su atención desde el principio. La siguió por varios meses, ella tenía un viejo amor desde la infancia en el sur, pero paulatinamente se dejó seducir por este hombre, protector, formal, elegante y solitario. Al año de pololeo vino la petición formal, la familia estaba radicada casi en su totalidad en Santiago, así que hubo de presentarse con toda la prole y exponer sus sanas intenciones con la bella mujer artista.

Grande fue la sorpresa para Angélica cuando de luna de miel se fueron a Brasil y al regreso la esperaba una hermosa y espaciosa casa en el barrio residencial de Ñuñoa. Con todas sus penurias económicas, se habría ante sus ojos un bienestar halagüeño.

Se entregó en cuerpo virginal al hombre solitario y le vinieron dos hermosos hijos; sin embargo, una sombra oscura comenzaba a cubrir su interior, quería más de la vida; claramente tenía un buen pasar y Pablo era un excelente padre y esposo, aún así quería más.

Siguió pintando sus telas, sus mujeres adoptaban distintas formas y tamaños, su fémina interna afloraba en cada pincelada y comenzó a descubrir sus carencias. La verdad era que ella quería un hombre que la protegiera y le brindara el apoyo que tanto le faltó, su orfandad marcaba intensamente su ser y, Pablo con toda su buena disposición, no lograba ocupar esos espacios del alma que quedan vacíos eternamente. Mucho tiempo le costó asumir su situación, crecía mucho como madre abnegada, hogareña, sumisa, entregada a la vida. Pero había más dentro de ella, mucho más.

Su esposo no lograba descifrar qué pasaba con ella, algo notaba, pero no estaba seguro y prefirió callar y tomarlo como parte de los males del hogar.

- El amor es para siempre hasta que se acaba – se dijo a sí misma una noche de reflexiones mientras bosquejaba su siguiente pastel, había comenzado a desarrollar esa técnica y se traslucía en las miradas de sus “mujeres de ojos grandes“ la gran pena que la embargaba.

Un raro vicio se apoderó de Pablo, su soledad era abrumadora y su ostracismo lo llevaba a un silencio demasiado pesado para ser cargado por ella y los hijos.

- Uno deja pasar la vida como si las cosas fuesen a cambiar y transformarse por sí mismas, y eso ¡jamás pasa! - Fue el único comentario de su amiga Violeta, que era una de las osadas mujeres separadas y anuladas de los setenta.

No fue de mutuo acuerdo, pero eran tres por uno y a Pablo sólo le quedaba resignarse, no sabía hacer otra cosa y era una manera de no perderlos del todo.

La pequeña artista siguió estudios superiores para complementar los deberes económicos de la nueva condición, además era parte de la independencia que requería. Complementaba sus estudios, su trabajo, su arte y a sus hijos, ambos crecían con la vertiginosidad de la adolescencia y nunca reprocharon nada de lo pasado o presente.

Ella comenzaba a emprender su propio destino, ese marcado por los dioses del oriente y del occidente, de los astros y los ancestros, ese destino mitológico de almas superiores que van reencarnando en más y mejor condición.Los hijos crecieron y se fueron, ella también los dejó seguir sus propios caminos como cuando decidió dejar el hogar sureño, como cuando se separó y ahora vendrían los tiempos de cosechas, como en el relato bíblico de El Eclesiastés 3,1 " Hay un tiempo para cada cosa…”.

Afortunadamente en cada paso que dio, y en el que se cayó, supo levantarse íntegra, dolida, pero plena, con más amor por sí misma y con la profunda convicción de que las expectativas femeninas no logran ser captadas por los hombres poco evolucionados.

Conoció varias otras caras del amor, de las buenísimas y de las no tanto.

Sigue plena con sus mujeres de óleo, cada vez mejores, continúa en su crecimiento personal que jamás acaba, pinta muchas técnicas del arte, ya es Licenciada y domina la cerámica, el bahuer, la acuarela, los pasteles y la pincelada libre.

No hay límites para su crecimiento, ella es libre por esencia y su magia nace de la intensidad de vivir y de la energía que transmitió a los suyos y en la que recibe de los mismos.

Varias mujeres adornan mis muros, pero uno de ellas cautiva aún mis sueños, es la esencia que mana de ella misma en sus obras.

Verónica Cerda Preller.
Santiago. La Florida, Mayo 26 de 1998.

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