Friday, February 18, 2005

Noche navideña.

Vivía en la casa de mi abuela. Los adornos eran infaltables, en los muros había lindas casitas, muchas flores en distintas partes.

Un gran pino natural, adornado sagradamente con grandes bolas de vidrio pintadas de colores fuertes, con algodones en las puntas, cuando lo armábamos, me daban el honor de poner la estrella de Belén. Era un olor tan exquisito, el ambiente que se creaba, se reunía toda la familia; aunque mi madre no asistía, mi padre hacía de esa noche muy especial. Me vistieron con el último vestido de princesa que mi padre llevó para mí. La cena era deliciosa, un pavo grande, colorido y sabroso, adobado con frutas y verduras, el mantel de gala, la vajilla de plata y altas copas.

Me fui a acostar a jugar a dormir y a esperar al viejito pascuero, el cuerpo pesado de mi padre tendido junto a mí, apenas me dejaba darme vueltas y arrancar a ver los regalos, a pesar de eso era tan tierna la sensación de sentir que él estaba ahí, acompañando mi noche navideña.

Esa tarde mi hermano me había revelado un secreto. Me llevó al escritorio del abuelo y, en la puerta se detuvo:

- ¿Te acuerdas de la carta que le escribiste al Viejito Pascuero? - preguntó con cierta ironía.
- ¡Cómo no me voy a acordar! - respondí - Es la primera vez que puedo escribirla yo misma - acoté muy contenta de mi hazaña.
- Pues bien - señaló - ¿Te acuerdas de lo que yo le pedí? - insistía en preguntarme.
- Una bicicleta verde, un mecano y una pelota de fútbol - dije feliz de mi memoria.
- ¿Y te acuerdas de lo que le pediste? - preguntó nuevamente.
- Un juego de té de visitas y una muñeca gigante - recordé humildemente.
- ¡¡Sorpresa hermana!! - dijo abriendo la puerta.

Ahí estaban los regalos, ordenaditos, uno al lado del otro.

- Uy. ¿Ya pasó el Viejito?- pregunté asombrada de su memoria.
- Es que debe visitar tantas casas - acoté.

La idea daba vueltas en mi cabeza, tan temprano que pasó por la casa de mi lela. Volví un par de veces al escritorio para convencerme, no fuera a pasar que el viejito se arrepintiera. Aunque me preguntaba por qué nunca lo había visto, la chimenea de la casa era grande, perfectamente podía entrar y salir por ella.

No le di más vueltas y seguí el día como si nada hubiese pasado.

Esa noche le conté a mi papá el secreto. Lo miré fijamente para ver sus reacciones y poder saber.

- Claro que existe mi princesa - me dijo tiernamente.
- Lo que pasa es que tiene que recorrer tantas casas, que no le alanza la noche buena - dijo muy convencido.
- Nunca dejes de creer en él. Es el Espíritu, celebrar al niño Jesús, estar en familia, eso hace especial la Navidad - dijo y me di cuenta que él velaba mi sueño.

Con esa certeza me dormí y a la medianoche me levanté corriendo.

Para sorpresa mía, mi hermano estaba con todos los grandes, se suponía que los niños nos íbamos a la cama. También estaban mis primos, tíos y amigos de la familia.También estaban los regalos.

Era el espíritu de la Navidad en los rostros de mi familia, la alegría de ver como disfrutábamos todos de esa noche mágica.

Con el tiempo recuerdo las palabras de mi padre: Es el espíritu de la inocencia, de la magia, de estar con los seres queridos lo que hizo esa noche especial.


Verónica Cerda Preller.
Diciembre 13 del 2004.

2 Comments:

At 5:19 AM, Blogger Susana Aparicio said...

solo queria decirte que he estado mirando tus blogs y me han gustado mucho, y sobre tu profesion... me parece preciosa...

 
At 6:10 PM, Blogger gira_luna said...

Gracias susana

 

Post a Comment

<< Home