Sunday, March 13, 2005

In memoriam de mi hermano Jorge.

Mi hermano Jorge.

Era una mañana de invierno de 1966, estaba todo el patio de la gran casa cubierto con nieve, yo jugaba con mis muñecas y, en un descuido, desaparecieron todas; sólo me di cuenta cuando regresé de tomarme la leche con Cocoa Raff que me preparaba la nana Teresa. Miraba hacia todos lados y me parecía tan extraño que mis amigas silenciosas - a quienes yo le daba vida - hubiesen desaparecido. Hasta le eché la culpa a Jack, un hermoso perro negro que mi padre le había regalado a Jorge, mi hermano mayor.

-Dime Jack ¿te comiste a mis muñecas? - le preguntaba y el perro me miraba con sus ojos fijos tratando de entender mi molestia.
-¡Ya ..! ¿Dime dónde están? Si no te acuso a Jorge y te va a castigar - le acotaba dejándolo mucho más confundido de mis alaracos infantiles.

Mi hermano llegó puntualmente a almorzar a la una de la tarde.

-Vas a tener que castigar a Jack, ¡¡Me comió todas las muñecas!! - le dije apenas lo vi entrar a la cocina mientras yo ayudaba a mi nana a poner la mesa.

-¿ Cómo se te ocurre eso Juanita? - me dijo Jorge.

-No me llames Juanita, me llamo Verónica - dije muy enojada.

-No, tú te llamas " Juanita, la loca " - me dijo riéndose.

-Pero igual mis muñecas desaparecieron - le dije enfática.

-No seas tontita hermana. Los perros no se comen a las muñecas - acotó y no castigó al perro, por el contrario, una rara complicidad nació entre ellos.

Jorge era el hermano mayor, luego venía Guillermo y yo era el conchito de la familia. Mi papá trabajaba en la sección administrativa de la Central Hidroeléctrica Cipreses - Isla de ENDESA y mi madre era profesora de la escuela Las Naciones Unidas de la localidad.

Tuve que esperar hasta que la nieve se derritiera para revelar el misterio de las muñecas. Ahí estaban, sin ojos más encima. Y veía cómo mis hermanos se reían a carcajadas de mí mientras las recogía del patio entre el barro. Descubrí que había sido Guillermo el que había cometido ese tremendo sacrilegio con mis amigas silentes.

Papá, tienes que castigar a Guillermo, me escondió las muñecas y ahora se está riendo de mí - le dije amurrada. Sabía que mi papá me adoraba y que iba a seguir mis consejos.

Para gran sorpresa mía se había tejido una complicidad entre los hombres de la casa y todos se reían de mí.

Supongo que por problemas de conciencia mi papá me trajo de Talca una muñeca tan grande que no se podía esconder en ningún lugar, era hasta más grande que yo, apenas me la podía, trababa de abrazarla y terminaba arrastrándola de su lindo pelo largo y anaranjado, " Pepita " era colorina.

A pesar de que Jorge me adoraba, se complotó en mi contra.

Ahora me acompaña desde el silencio de los ángeles, al año siguiente cayó en un coma profundo y la Leucemia cercenó sus sueños de infancia.

A la memoria de mi Hermano Jorge Orlando Cerda Preller.
Verónica Cerda Preller.
Noviembre del 2003.